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El insolidario

Las memorias de Buñuel

Archivado en: Cuaderno de lecturas, sobre "Mi último suspiro".

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"Homenaje a Man Ray" Foto: Javier Memba

                   Tan amenas e interesantes como se me antojaban mediados los años 80, cuando mi buen amigo Juan Luis Abad me hablaba de ellas con auténtico placer, di cuenta de las memorias de Buñuel en diciembre de 2001. Su lectura me resultó tan grata como lo fuera en el 87 la de las de Raoul Walsh.

                   Escritas en colaboración con Jean-Claude Carrière, uno de sus últimos guionistas de don Luis, están concebidas sin un orden cronológico estricto. Y en esa cronología fragmentada abundan las digresiones de un autor que en sus primeras páginas confiesa el placer que le causa dejarse llevar por el relato paralelo.

                   Así las cosas, el texto se abre con una lúcida disertación sobre los enemigos de la memoria, que además del olvido son las mentiras que acaba por creerse uno mismo. Vienen luego los recuerdos de la niñez más remota, transcurrida en Calanda, "en la Edad Media". Son los de un niño privilegiado, primogénito de un hombre acaudalado en unos días en que el orden social se antojaba "inamovible". El padre de Buñuel -hijo de un "campesino rico porque tenía dos mulas"-, fue un antiguo indiano. Tras cumplir el servicio militar en Cuba, hizo fortuna en la isla. Volvió a España siendo un señor que no podía llevar mas carga que un paquetito de caviar o la caja con los puros que le mandaban de La Habana.

                   La primera visión de la muerte en los cadáveres de algunos animales, con las moscas pululando a su alrededor y el olor dulzón de la carne putrefacta, junto a lo largos que eran los paseos en coche de caballos para recorrer cortas distancias, son lo que más me ha llamado la atención de estas primeras páginas. Sin olvidar el pequeño teatro de juguete, traído por sus padres de París. Las representaciones que en él organizaba el futuro cineasta, convertidas en fiestas a las que se invitaba a otros niños, tal vez fueran la primera manifestación de su futura vocación.

                   Bajo el epígrafe de "Zaragoza" se nos propone el capítulo en el que se hace referencia a los años de estudio en los jesuitas. Los de las refutaciones que sus mentores le obligaban hacer de Kant y demás pensadores -lo que da pie al cineasta a una reflexión muy emotiva sobre lo fácil que le sería a un niño refutarle a él-, son los momentos más interesantes. Buen estudiante, acabó siendo expulsado del colegio -creo recordar- por una borrachera que le hizo vomitar durante una misa. De aquellos años data su pasión por las armas. Perdería un oído por disparar dentro de una habitación, lo que aconseja no hacer.

                   Otro apunte a destacar es aquel donde Buñuel recuerda que la España de su tiempo, pese a que en sus oraciones maldecía a los judíos por haber sido quienes traicionaron a Cristo, no era antisemita, por el contrario a la Francia de principios de siglo. También a diferencia de la Francia de entonces, aquí tampoco se veía gente de color.

                   El primero de los fragmentos que parten la cronología, la primera de esas digresiones ya aludidas, es la concerniente a la bebida, reunida en un capítulo titulado Los placeres de aquí abajo. La famosa afición del cineasta al licor da pie a una de las mejores disertaciones sobre los bares que he podido leer. A Buñuel, como a mí, le gustaba beber solo y recordar los bares donde lo hizo. Lo del Martini seco, la más famosa de sus anécdotas etílicas, está bien. Pero la reflexión sobre el licor en general -para él, ya desde niño el placer más grande- es lo que cuenta.

                   De su primer viaje a París, el maestro recuerda la xenofobia de los franceses, concretada en la mala contestación que le dio un dependiente al descubrirle extranjero cuando, en un rodaje de Jean Epstein, fue a hacer un recado. También es de entonces la impresión que le causaba ver a las parejas besarse por la calle, lo que en España era inconcebible.

                   Mucho más orgulloso de haber pertenecido al surrealismo -"un movimiento poético, revolucionario y moral"- de lo que yo esperaba, en la página 121 apunta: "Durante toda mi vida he conservado algo de mi paso -poco más de tres años- por las filas exaltadas y desordenadas del surrealismo. Lo que me queda es, ante todo, el libre acceso a las profundidades del ser humano, reconocido y deseado este llamamiento a lo irracional, a la oscuridad, a todos los impulsos que vienen de nuestro yo profundo[1].

                   Personalmente, los recuerdos de don Luis me han permitido hacerme una composición de lugar de lo que en verdad fue el surrealismo: Aragon en persona debía de dar el visto bueno para la entrada en el grupo. Una vez conseguido, el resto de los miembros apoyaban incondicionalmente las manifestaciones del compañero. Siendo uno de sus principales objetivos la subversión del orden burgués, se explica de esta forma el interés de los surrealistas por el comunismo.

                   En cuanto a la fascinación que ellos ejercieron sobre la aristocracia y las elites, hay que entenderla dentro de la habitual inclinación de los esnobs por lo último.

                   Volviendo a Buñuel, buen lector aunque asegura no ser "hombre de letras", hay que situar su interés por Sade en la reivindicación que hicieron de él los surrealistas.

                   A mitad de camino entre el surrealismo y la Residencia de Estudiantes, los recuerdos de Dalí -sin estar excesivamente marcados por la ruptura que se produjo entre ellos después de que el pintor difamó al cineasta en Estados Unidos, lo que hizo que Buñuel perdiera su trabajo- nos hablan de un hombre que nunca tuvo el más mínimo contacto con la realidad.

                   Según el realizador, a Dalí le era imposible sacar unas simples entradas para el teatro e intentaba epatar a los norteamericanos con bromas que no entendían sobre Lindberg. Franquista convencido, acabó dominado totalmente por Gala, mujer muy pesetera. Parece ser que cuando Buñuel regresó a España, el pintor le telegrafió para que volvieran a verse. El cineasta le rechazó evocando aquel "agua pasada no mueve molino".

                   Bien distinto es el recuerdo de Lorca, a quien intentó convencer para que no fuera a Granada en el viaje en el que el poeta habría de encontrar su destino. Anteriormente, Lorca creyó que el título de Un perro andaluz era una referencia a él y estuvo enfadado algún tiempo con sus autores. También volvió a enfadarse cuando Buñuel le puso al corriente de que su homosexualidad era objeto de comentario.

                   Sin embargo, Buñuel recuerda al granadino con mucho cariño. En su opinión, el autor era mucho más grande que su literatura: "La obra maestra era Federico", escribe[2]. El pintor y el poeta fueron sus principales amigos en la Residencia de Estudiantes. Pero -y esto también me ha sorprendido-, el autor se siente muy orgullo de haber sido un miembro de la generación del 27 y de su paso por la Residencia. De aquellos años data su interés por el hipnotismo y su cariño por Toledo. Casi medio siglo antes de rodar Tristana (1970), ya fundó una orden de admiradores de la ciudad para visitarla con el respeto y la pasión debidos. En una de aquellas visitas, don Luis pegó un puñetazo a un cadete de la Academia Militar que piropeo a María Teresa León.

                   En las páginas referidas a la guerra se confiesa un anarquista en teoría[3]. Durante aquellos años, Buñuel trabajó para el gobierno de la república en asuntos concernientes al servicio secreto. Pero no oculta su horror ante los crímenes perpetrados en ambos bandos. De todos los apuntados, destacaré el asesinato del productor de Las Hurdes (1932), un militante anarquista, Ramón Acín, que se entregó para que los nacionales liberaran a su mujer, a quien se disponías a ejecutar en caso de que no se presentara. Finalmente, uno y otra fueron pasados por las armas.

                   Hombre de afanes cosmopolitas, especialmente dotado para los idiomas, el exilio no fue especialmente duro para Buñuel. Fascinado con Estados Unidos, lo visitó por primera vez como asesor de las versiones francesas -que no españolas- de las primeras cintas sonoras. Entonces conoció a Chaplin, quien, habida cuenta de su reputación, esperaba que don Luis le quemara el árbol de Navidad con el que decoraba su casa.

                   Norteamérica, según confiesa, ejerció sobre él la fascinación de lo nuevo. Sus habitantes le parecían ingenuos, inocentes. Pero Hollywood nunca le llamó la atención. Como tampoco lo hizo la cultura mexicana. Los recuerdos del país azteca se refieren a la facilidad con que disparan los mexicanos: a quien pregunta demasiado, a quien rechaza un tequila...

                   La película que determinó su vocación de cineasta fue Las tres luces (1921), de Fritz Lang. Sorprende que el mismo título sea el favorito de Hitchcock y Kurosawa.

                   Productor merced al dinero que le facilitaba su madre, que nunca llegó a ver sus cintas, de lo que Buñuel cuenta respecto al cine me llama especialmente la atención su amistad con Louis Malle. Al igual que los elogios que dedica a quienes más le ensalzaron en España: Francisco Rabal, Carlos Saura y Fernando Rey.

                   Redescubierto cuando contaba 52 años -hasta que comenzó a rodar regularmente melodramas mexicanos mantuvo a su familia con el dinero que le mandaba su madre-, todas las películas filmadas desde entonces merecen un párrafo. Sin embargo, presenta más atractivo lo concerniente a la reunión que en 1972 tuviera lugar en casa de Cukor. Resulta que John Ford, quien se presentó en los brazos de una "especie de esclavo negro" -debe ser aquél a quien el irlandés definió como su mejor amigo- también seguía a Buñuel. Pero, de cuantos se acercaron allí homenajear al español, recién galardonado con un oscar, quien más le admiraba era Hitchcock. Recuerda don Luis que se refirió en varias ocasiones a la pierna amputada de Tristana.

                   Entre la relación de filias y fobias que propone, tras un elogio al maniqueísmo, entre otros placeres destaca la música -curioso para alguien que se quedó sordo- y el frío. Gustaba de no llevar prendas de abrigo tanto como de dormir en el suelo. Por el contrario, además de otras cosas, detestaba la publicidad -concretada en la figura de los periodistas- y, como buen sordo, a los ciegos.

                   Eché entonces de menos -y aún lo sigo echando ahora, en mis consultas posteriores del texto- un índice onomástico. Mi edición, la cuarta de Plaza & Janés, fechada en diciembre de 1983, carece de él. Pero lo que resta al final de esta maravillosa lectura es un poso de tristeza, el que da ver enfrentarse a la muerte a una persona que se admira tanto como yo a don Luis Buñuel.

 


[1] Ver segundo párrafo pág. 121.

[2] Ver último párrafo pág. 125.

[3] Ver primer párrafo pág. 153.

Publicado el 30 de mayo de 2012 a las 09:45.

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Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

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